
Cuando Steve Bannon, antiguo colaborador de Donald Trump, pide en su programa War Room que se declare a la izquierda y a los medios críticos como “organizaciones terroristas” y que se detenga a periodistas como cómplices, no está lanzando una provocación pasajera. Está dibujando un marco mental de lucha existencial en el que la democracia, tal y como la entendemos, no tiene cabida. Su mensaje es claro: “No queremos unidad, solo aceptaremos la victoria. Solo nos importa ganar. Porque eso es lo que salvará a nuestro país”.
Ese tipo de declaración, que en otro tiempo habría sonado inconcebible en la boca de un asesor presidencial, se ha convertido en rutina en los círculos del trumpismo. A través de la demonización del adversario político, la criminalización de colectivos vulnerables y la legitimación del uso del aparato estatal como arma contra la disidencia, se está sentando el terreno para una deriva autoritaria.
No hablamos solo de política electoral dura o de retórica populista agresiva. Estamos ante una ideología que, llevada a su extremo, podría configurar un sistema cercano a las distopías literarias. Entre ellas, destaca El cuento de la criada (The Handmaid’s Tale), la obra de Margaret Atwood que describe el nacimiento de Gilead: un régimen teocrático, patriarcal y totalitario que sustituye a la democracia estadounidense tras un golpe de Estado.
A continuación, analizaremos cómo las ideas expresadas por Bannon y asumidas por sectores del trumpismo contienen los gérmenes de un modelo social semejante al de Gilead, y qué dinámicas podrían empujar a Estados Unidos —y, con él, al mundo— hacia una distopía de ese tipo.
La construcción del enemigo absoluto
Toda sociedad autoritaria necesita un enemigo interno. En el discurso de Bannon y Trump, “la izquierda radical” ocupa ese lugar. Se la describe con etiquetas que sugieren suciedad y peligro: agitadores, escoria, lunáticos. La narrativa es binaria: nosotros —los verdaderos patriotas, la nación auténtica— frente a ellos —los traidores, los degenerados, los enemigos del país.
En El cuento de la criada, Gilead culpa a feministas, homosexuales, mujeres independientes y a cualquiera que no encaje en la moral rígida del régimen. Los llama “No Mujeres”, los expulsa del espacio social o los elimina directamente. Lo importante no es tanto quién es el enemigo, sino el mecanismo de construcción: convertir a un sector de la ciudadanía en chivo expiatorio de todos los males.
Lo que hoy es la izquierda radical, mañana puede ser la prensa, los inmigrantes, las personas trans. De hecho, ya lo está siendo: figuras como Laura Loomer reclaman declarar terrorista al “movimiento transgénero”. El paso de señalar a un grupo vulnerable a prohibir su existencia política y social es corto.
El Estado como herramienta de persecución
El segundo paso que propone Bannon es más inquietante: “usar el poder del Estado” para registrar comunicaciones, detener a periodistas, investigar a quienes financian o colaboran con la izquierda. En democracia, el Estado se concibe como garante de derechos y árbitro neutral; en este esquema, pasa a ser un brazo armado de un movimiento político concreto.
En Gilead, ese proceso culmina con la anulación de la Constitución y la imposición de un régimen de excepción permanente. La diferencia entre disidente político y criminal desaparece. La simple sospecha de simpatizar con una ideología prohibida basta para perder la libertad o la vida.
El discurso de Trump, insistiendo en que “ya hay investigaciones en marcha” contra personas de izquierdas, normaliza esta transición. Si la oposición deja de ser una opción legítima y pasa a ser un delito, el terreno está abonado para que el pluralismo muera.
El control de la información
Bannon pide perseguir a los medios de comunicación que colaboren con la izquierda. Trump acusa a la prensa crítica de estar “contra el país”. Y ya se han tomado medidas concretas: la retirada del visado a un periodista extranjero por criticar a miembros de la administración.
El mensaje es inequívoco: la libertad de expresión se convierte en un privilegio condicionado a la lealtad política. Lo mismo ocurre en Gilead, donde la prensa desaparece y la propaganda estatal se erige en única fuente de verdad. La información no sirve para cuestionar al poder, sino para consolidarlo.
En ambos casos, se entiende la comunicación como un campo de batalla. Quien controla el relato controla la realidad.
La persecución de minorías
La instrumentalización del asesinato de Charlie Kirk para señalar a la comunidad trans ilustra cómo funciona la lógica de la persecución. El hecho de que el acusado compartiera vivienda con una persona trans en transición se convierte en excusa para asociar el crimen con una supuesta ideología de izquierda y con toda una comunidad.
Loomer pide la “ilegalización” del movimiento trans. Se pasa así de la crítica cultural a la criminalización política. El colectivo no se entiende como un grupo de personas con derechos, sino como un enemigo interno que debe ser extirpado.
En Gilead, las minorías sexuales son perseguidas de forma sistemática: los homosexuales son ejecutados, las mujeres independientes son castigadas. La lógica es idéntica: lo que no encaja con la moral oficial se convierte en amenaza.
La narrativa de salvación
“No queremos unidad, solo victoria”, dice Bannon. “Eso salvará a nuestro país”. La represión no se presenta como una medida cruel, sino como un sacrificio necesario para preservar la nación.
En El cuento de la criada, Gilead también se justifica como respuesta a un caos previo: crisis ecológica, baja natalidad, violencia social. El régimen se legitima con la promesa de salvación.
La clave está en la idea de excepcionalidad: se convence a la ciudadanía de que el peligro es tan grande que medidas extraordinarias —aunque supriman derechos fundamentales— son inevitables. Así, lo que sería impensable en condiciones normales se convierte en aceptable, incluso en deseable.
De la retórica a la práctica
Podría pensarse que las declaraciones de Bannon son simples palabras, pero la historia muestra lo contrario: toda distopía comienza con un discurso. Antes de que Gilead existiera en la ficción, hubo un relato que convenció a suficientes personas de que el régimen era necesario.
La escalada suele seguir fases claras:
1. Identificación del enemigo (la izquierda, los trans, los medios).
2. Deshumanización (son escoria, degenerados, terroristas).
3. Legislación restrictiva (investigaciones, detenciones, visados revocados).
4. Normalización de la violencia (linchamientos verbales, agresiones toleradas).
5. Consolidación del poder autoritario (supresión de elecciones libres, disolución de instituciones).
El discurso de Bannon encaja perfectamente en las dos primeras fases, y ya se ven signos de la tercera.
La tentación del orden autoritario
¿Por qué este discurso tiene atractivo? Porque ofrece certezas en tiempos de incertidumbre. A una ciudadanía cansada de la polarización, de la desigualdad, de la sensación de caos, se le propone una salida sencilla: identificar culpables y eliminarlos.
Ese fue también el atractivo de Gilead: prometer orden, moral, seguridad en un mundo percibido como caótico. El precio fue la libertad.
La trampa es que ese orden autoritario no resuelve los problemas de fondo —crisis económica, desigualdad, violencia—, sino que los agrava, pero a costa de consolidar un poder absoluto que ya no necesita legitimidad democrática.
Ecos de Gilead en el presente
Resulta inquietante comprobar cómo elementos que Atwood presentó como ficción hace casi cuatro décadas encuentran hoy equivalentes reales:
• La vigilancia estatal sobre opositores.
• La persecución de minorías sexuales.
• El control de la prensa.
• La narrativa de guerra cultural total.
No estamos en Gilead, pero el guion de su nacimiento se repite con variaciones. Lo que era advertencia literaria puede convertirse en descripción política.
Resistencias y alternativas
Frente a esta deriva, la pregunta es qué mecanismos de resistencia pueden activarse. La sociedad civil, la prensa independiente, los jueces, los movimientos sociales siguen siendo diques de contención. Pero la clave está en no normalizar el lenguaje de odio ni la lógica de persecución.
Cada vez que se acepta que un grupo pueda ser declarado terrorista por su ideología o identidad, se da un paso hacia Gilead. Cada vez que se tolera que un periodista sea castigado por criticar, se debilita la democracia.
La literatura de Atwood nos recuerda que las distopías no aparecen de repente: se construyen lentamente, con la complicidad o la indiferencia de muchos.
El espejo de Gilead
El discurso de Bannon no es solo una anécdota: es un síntoma. Muestra hasta qué punto sectores influyentes en Estados Unidos están dispuestos a dinamitar las bases de la democracia en nombre de una victoria total.
Si se sigue ese camino, el resultado puede no ser idéntico a Gilead, pero sí un sistema donde la oposición sea criminalizada, la prensa amordazada y las minorías perseguidas. Una sociedad donde la seguridad y la moral se usen como coartada para instaurar un régimen autoritario.
Atwood escribió El cuento de la criada como advertencia, no como profecía. Pero toda advertencia corre el riesgo de volverse profecía si se ignora.
Hoy, más que nunca, conviene escucharla.
Es una lucha que tengo en diversos contextos, nadie le presto atención a este personaje siniestro …..cuando dio el salto a Europa lo advertí, subí videos, pero la gente elige posturas que no le generen conflictos internos…disonancia cognitiva y ahi se queda, no analiza….solo traga, la desinformación como enemigo de la democracia y alimento de las masas. Gracias por este gran artículo