Durante la dictadura franquista, miles de mujeres pasaron por cárceles, internados, patronatos y residencias religiosas que el régimen presentaba como lugares de protección o reintegración. Sin embargo, detrás de esa fachada se ocultaba una auténtica maquinaria de reeducación moral, política y social, destinada a doblegar a maestras republicanas, sindicalistas, militantes de izquierdas o simplemente jóvenes consideradas “descarriadas”.

Cárceles como escuelas de sumisión
Nada más acabar la Guerra Civil, las prisiones femeninas se llenaron de mujeres republicanas. Centros como la cárcel de Ventas en Madrid o la de Les Corts en Barcelona se convirtieron en espacios de castigo y también de adoctrinamiento.
Las internas sufrían hacinamiento, hambre y represión, pero además eran obligadas a asistir a misa diaria, rosarios y sesiones de catequesis impartidas por órdenes religiosas femeninas. La religión católica se utilizaba como instrumento de redención y control, en un intento de borrar cualquier huella de pensamiento político propio.
Las maestras republicanas, depuradas en masa tras 1939, vivieron un destino particular. Muchas fueron expulsadas de por vida de la enseñanza; otras solo pudieron regresar después de asistir a cursos de reeducación religiosa y patriótica organizados por la Sección Femenina de Falange o por instituciones eclesiásticas. Se les exigía demostrar adhesión a los “principios del Movimiento” y cumplir con el modelo de mujer sumisa que imponía el régimen.
El Patronato de Protección a la Mujer: una red de residencias disciplinarias
En 1941, el franquismo creó el Patronato de Protección a la Mujer, dirigido en gran medida por órdenes religiosas y apoyado por la Falange. Su misión oficial era “proteger” a jóvenes en riesgo moral, pero en la práctica se convirtió en un sistema de internados y residencias de reeducación femenina.
En estos centros terminaban prostitutas, menores huérfanas, jóvenes embarazadas fuera del matrimonio y también mujeres catalogadas como políticamente peligrosas. La vida en estas residencias estaba marcada por el silencio, la disciplina y el trabajo forzoso: rezos, labores domésticas, costura y cocina.
El objetivo era modelar a las internas según el ideal nacionalcatólico: obedientes, castas, sumisas y dedicadas al hogar. Lo que el franquismo presentaba como reinserción era, en realidad, un proceso de anulación de identidades.
Reeducación moral para sindicalistas y militantes
No solo las maestras sufrieron la reeducación. Muchas sindicalistas y militantes de partidos de izquierdas fueron obligadas a pasar por “hogares” o “residencias” controladas por la Sección Femenina. Allí recibían formación en labores del hogar, costura y puericultura, junto a sesiones de adoctrinamiento político y religioso.
El mensaje era claro: las mujeres no debían aspirar a liderar, enseñar ni militar, sino a obedecer, rezar y servir. En palabras de Pilar Primo de Rivera, líder de la Sección Femenina: “Las mujeres nunca descubren nada; les falta talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles”.
El control social disfrazado de caridad
A ojos del régimen, estas residencias y patronatos eran obras de beneficencia. En la práctica, fueron espacios de represión silenciosa donde miles de mujeres vieron coartada su libertad y mutilada su autonomía.
Quienes sobrevivieron a la cárcel podían acabar en un hogar religioso; las que intentaban ejercer la docencia tenían que pasar por cursos de “patriotismo y religión”; y las jóvenes que se salían del camino marcado terminaban internadas en instituciones que las borraban como sujetos políticos.
Una memoria aún pendiente
A día de hoy, muchos de estos centros han desaparecido o han sido transformados en colegios u hospitales. Sin embargo, el recuerdo de aquellas “residencias de reeducación” sigue vivo en testimonios de mujeres que pasaron por ellas y que, décadas después, denuncian el dolor y la humillación sufridos.
La dictadura franquista no solo silenció las voces de las mujeres republicanas, sindicalistas y maestras: trató de reprogramarlas para que encajaran en el estrecho molde del nacionalcatolicismo. Un proyecto de ingeniería social que, bajo el disfraz de moralidad y protección, escondía una de las formas más duras de represión de género en la España del siglo XX.