De la utopía, la realidad y la esperanza

La utopía, desde el punto de vista de la búsqueda de un mundo mejor, más solidario y más justo, se encuentra, de una u otra manera, en la base de cualquier discurso político. Por otra parte, existe una relación indisoluble entre justicia y utopía.

Ya Platón afirmaba que un mundo ideal solamente era posible si este era justo y por ende un Estado es ideal si en él reina la justicia.

Las utopías describen sociedades que están, en ningún lugar, y pretenden dibujar las condiciones necesarias para que todos los humanos sean iguales. Para la consecución de este fin se deja a un lado un valor fundamental, el valor de la libertad individual.

Quizá sea esta cuestión, la de la libertad individual, la mayor discrepancia  que surge y echa por tierra todos los intentos de caminar hacia una sociedad mas justa, al menos en los remedos de utopia descritos o fabulados hasta la fecha.

La utopía nos ayuda a caminar, nos estimula.

La realidad, el día a día, la rutina de la vida y sus miserias son los peores enemigos de la utopía, sobretodo la ambición desmedida de algunos y su afán por perpetuarse en la cima de la organización social a costa del esfuerzo de los que deberían ser sus «iguales».

Esta realidad y la necesidad de «sobrevivir» aunque sea con un mísero salario nos dirige en dirección diametralmente opuesta a la tan deseada meta de la utopia.

Los anhelos e ideales de las personas mas concienciadas con la consecución de una sociedad justa son acallados y arrasados con vanas promesas de un futuro halagüeño que nunca llegará a cumplirse pero que desactivará toda intención reivindicativa ante los que detentan el poder.

Los más desfavorecidos, sucumben a los cantos de sirena de los poderosos y se convierten en «fieles» seguidores sumisos y faltos del más mínimo sentido crítico.

La «vana» esperanza de conseguir la utópica «sociedad justa» moldeando el sistema desde dentro y «gradualmente» es lo que mantiene al pueblo aletargado y adocenado.

En nuestra organización social, los partidos políticos no son más que el catalizador necesario para controlar al pueblo, para adormecerlo con dádivas y limosnas, en cuanto ellos, los poderosos, se reparten nuestra esperanza.

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