CDR – o de Como Demoler la República.
Los CDR –ese grupúsculo independentista radical– están consiguiendo dejar la reputación de una «supuesta» república catalana por los suelos.
Hasta este momento lo que sabemos es que la nueva república catalana –algo parecido a la Insula Barataria de nuestro querido Sancho– se basa en principios tales como la imposición por la fuerza de sus ideas, el supremacismo frente a la mayoría de sus propios ciudadanos, la violencia verbal como argumento último y casi único.
El que no piense como ellos es un facha y aquí se resume todo el fundamento republicano del independentismo catalán.
Los –autodenominados– CDR catalanes no son mas que un remedo de los famosos CDR cubanos configurados como comandos vecinales de chivatos.
La CUP ha sido la promotora de estos pequeños grupos que gozan de una relativa autonomía y son especialmente agresivos, muriendo con ellos la idea de un proceso pacífico.
En lo alto de la cúspide de este poder irrisorio nos encontramos a un prófugo de la justicia –Puigdemont– y a un títere infumable que necesitan desesperadamente –y es lo que intentan provocar–, la aplicación nuevamente del artículo 155 de la Constitución para seguir alimentando sus mentiras y cobijarse bajo el halo del pueblo oprimido que no son.
Parece que no son conscientes del atolladero al que se dirigen quizá porque su fanatismo no les deja ver que no es el PP de Rajoy el que está al frente del Gobierno de España y además como dice el refrán «segundas partes,…»
En contraposición a lo ocurrido en 2017, la aplicación de un nuevo 155 en Cataluña esta vez sería no solamente mas intenso sino que la intervención seguramente sería total y efectiva porque a diferencia del Partido Popular el Partido Socialista sí cuenta con cuadros para tomar el control real de la Autonomía.
Sólo la estupidez del fanático puede explicar la deriva del independentismo hacía la constante provocación al Estado.
Al Partido Socialista en el Gobierno nadie podrá acusarle de no haberlo intentado, de no haber tendido la mano y nadie tampoco podrá negar que ha recibido el desaire en cuantas ocasiones ha intentado el diálogo y la distensión.
En estos meses el Gobierno se ha cargado de razones y nadie podrá reprocharle –si finalmente decide la aplicación del 155– que esta haya sido una decisión tomada a la ligera.
Odón Elorza advierte «detalles similares e inquietantes entre la deriva secesionista catalana y lo acontecido en Euskadi».
Hay sobradas razones para intervenir y parar este dislate.
Hay cuadros técnicos para asumir el control.
No es momento de cálculos electorales cortoplacistas.
Se ha de practicar política de Estado buscando –si es posible– los mayores consensos, y si estos no se consiguen por el particular cálculo electoral del adversario político tocará hacer frente a los peligros o dificultades con valor y entereza.