Andalucía, un grave error.
Los resultados electorales en la Comunidad Autónoma Andaluza han puesto de relieve la inconsistencia de los relatos políticos actuales y la falta de objetivos –o de proyecto– de nuestros actuales mandatarios.
No es de recibo que –de la mano de las urnas– surja en este país un partido que defienda postulados que retrotraen nuestras libertades y nuestros logros sociales más allá de cuatro décadas.
Pero tampoco entra dentro de la lógica llamar al enfrentamiento en la calle –como hace irresponsablemente algún dirigente político– pues donde hay que defender los avances sociales, las libertades y el contrato social que supone el Estado del Bienestar es en el Parlamento.
La llamada «alerta antifascista» no es más que una manera de azuzar el enfrentamiento y el odio entre la población, de provocar un frentismo guerracivilista caduco y trasnochado, en el que tan bien se maneja algún partido extremista para sacar rédito político.
La izquierda –en general– yerra el tiro si cree que echándose a la calle va a frenar a un pueblo con una papeleta en la mano, más bien al contrario.
Los riesgos son evidentes y mejor haríamos en diagnosticar en qué nos hemos equivocado para que esto haya sucedido, antes que salir en tropel a criminalizar al diferente o al que piensa distinto, pues no es eso la democracia.
En estos momentos los ciudadanos perciben confusión en el mensaje político y no vislumbran ni a corto, ni a medio plazo solución alguna a sus anhelos más básicos que no son otros que un empleo, un salario digno y unas prestaciones sociales acordes al país que nos publicitan los políticos como una potencia europea.
Y ante la ambigüedad calculada de los mensajes políticos han tomado el camino fácil, que no es otro que votar a trileros y charlatanes que prometen soluciones sencillas para problemas complejos al estilo de «tomar el cielo por asalto» o «España para los españoles».
Frases que no dicen nada real, nada tangible pero que exacerban sentimientos frentistas o supremacistas que no ayudan al desarrollo de una democracia real.
Si algún político tiene la tentación de decir que el pueblo se equivoca al votar es él el equivocado.
Los resultados electorales son el resultado de actos y actitudes anteriores al hecho electoral.
Los buenos resultados electorales no se consiguen solamente presentando una campaña electoral mas o menos brillante, los buenos resultados se han de ganar día a día en los cuatro años anteriores al día de las elecciones.
Ahí –en esos cuatro años– está el problema.
Un programa político es un contrato con la ciudadanía que se valida el mismo día de las elecciones.
Y si cumplimos ese contrato –al que nos sometemos– no habrá campaña –por mas demagógica que esta sea– que consiga arrebatarnos una victoria.
Si esto no ha ocurrido así la culpa no la tienen ni los votantes, ni los que han ganado, la tienen única y exclusivamente los perdedores por no cumplir el contrato.