De la lealtad

La lealtad es una virtud que se desarrolla en la conciencia y que implica cumplir con un compromiso aun frente a circunstancias cambiantes o adversas.

Lo contrario de la lealtad es la traición, que supone la violación de un compromiso expreso o tácito.

Y en este lío de leales y traidores se quema mucha energía  política en este país.

Ciertos politiquillos del tres al cuarto no aciertan más que a ver conspiraciones y enemigos en todo cuanto les rodea exigiendo, aún ante las mayores tropelías y errores, una lealtad que no se merecen,  y viviendo esta obsesión olvidan que han sido elegidos  por un determinado tiempo para gestionar, con eficacia, ciertos asuntos de su comunidad o su pueblo.

La lealtad no es callarse ante las injusticias, si las cometen los tuyos.

La lealtad no es dar el parabien al despilfarro, aunque lo cometan los tuyos.

La lealtad no es, ni será nunca, sumisión a lo que dicte una sola persona (de ahí dictador).

La lealtad es un compromiso, en este caso, con un ideario, y lo que se desvíe de éste ha de ser puesto en solfa y criticado por la ciudadanía.

Los enemigos internos, en todos los partidos políticos, son los «trepas», nunca los que critican lo que está mal hecho.

Los políticos que, elegidos bajo una premisa de austeridad en el gasto y responsabilidad compartida se olvidan de estos principios nada más acceder a su cargo, son realmente los desleales y traicionan, en primer lugar, a su propia conciencia.

Nuestro sistema está plagado de este tipo de políticos y ese es uno de los grandes males a los que nadie parece querer poner freno, pues en nuestro fuero interno pareciera que todos estamos esperando nuestra oportunidad para traicionar nuestra propia conciencia y trepar, y trepar,…

Son los políticos los primeros que han de ser «leales» con el pueblo que les ha votado, y de no ser así, nosotros los votantes estamos en todo nuestro derecho de llamarlos «traidores».

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