
Y vuelta la borrica al trigo.
Podríamos decir aquello de que hemos tenido un «déjà vu» pero para entendernos creo que será mejor utilizar el refranero español que es rico, rico, rico,…
En los últimos años –a izquierda y derecha– se ha jugado a recolocarse, a buscar nuevos espacios, nuevos paradigmas o en última instancia nuevos «echaderos» como nos gusta decir por estos lares.
No hay nada más español que un político que habiendo perdido predicamento entre los suyos y viendo peligrar su continuidad personal –y su soldada– se escinda, se reubique y se lleve su pequeña porción de la tarta de los votos para poder seguir subido al carro.
Es la aplicación práctica de aquello tan manido de «ser cabeza de ratón en lugar de cola de león».
Todos estos movimientos –muy típicos de tiempos preelectorales– han desembocado en un maremágnum de siglas que difícilmente podemos recordar en el momento de proceder a votar.
Este mal endémico de la política nacional está teniendo su máxima expresión en las sucesivas divisiones y subdivisiones que se están produciendo entre los votantes de izquierda.
La desintegración definitiva de los últimos rescoldos podemitas y la intención de IU de recuperar protagonismo político –aunque tampoco se libre del fenómeno de las escisiones– están abocando al país a un resultado electoral infame.
Las peleítas y el postureo del «yo soy más de izquierdas que tu», son la base del regocijo de la derecha que ya se ve al frente del Estado.
Ya no hablamos aquí de acordar cuestiones de Estado entre partidos antagónicos –algo que se ejercita mucho en el norte de Europa– aquí montamos partidos o pseudopartidos por un «matiz» ideológico o una supina cabezonería de cualquier político mediocre.
El desastre que se avecina –si seguimos así– para el conjunto de la izquierda en el mes de mayo debería hacer recapacitar a algunos supuestos líderes políticos y hacer desparecer de la vida pública a los advenedizos de la nueva política descerebrada.
Si las disputas dentro de la izquierda propician un regreso de la derecha del PP –controlada por la ultraderecha– al Gobierno de la nación, el retroceso social experimentado en los tiempos de Rajoy puede ser una minucia en comparación a lo que está por venir.
La derecha no tiene escrúpulos a la hora de gobernar contra el interés común y siempre en beneficio del interés particular de unos pocos.
Si la izquierda quiere gobernar tendrá que apartar a esos líderes que solamente defienden su propio beneficio y asegurarse el pago de sus hipotecas, de lo contrario «derecha habemus».