Y la antorcha se apagó

Y la antorcha se apagó.

En aquel lejano 1992 todo un país con sus gobernantes a la cabeza encendieron una gran antorcha en Barcelona que tuvo como consecuencia conectar a España con el resto del mundo.

Se consiguió aquel hito, como se consiguen todas las cosas importantes, con el esfuerzo y el trabajo de muchísimas personas y muchas instituciones trabajando codo con codo.

El empuje de España entera fue lo que consiguió este y muchos otros  objetivos que en ningún caso hubiesen sido factibles si solamente dependiesen de una minúscula porción del Estado.

Los primeros 15 o 20 años de democracia fueron convulsos pero apasionantes se palpaban los avances, sentíamos la efervescencia de la sociedad y se apreciaba una gran dosis de compromiso social fruto del origen del que partíamos –una cruel y sanguinaria dictadura– que no dejaba lugar a egoísmos partidistas.

Cuando llegó la bonanza económica llegó también la desorientación general de nuestra sociedad, nos creímos –parafraseando a Julio Verne– los amos del mundo, y lo peor es que muchos se creyeron «mejores» que sus vecinos.

Se exacerbaron los nacionalismos –había dinero de sobra– y en algunos lugares  arraigó la idea de la diferencia.

Se escucharon las consabidas consignas sobre el expolio que unos ejercían sobre otros –la mayor parte inventado–, las distintas idiosincrasias de los pueblos que componen el Estado –siempre poniendo el acento en la diferencia– y evidentemente todos nos sentíamos mejores que el de al lado y nos creíamos que solos nos iría mucho mejor.

La consiguiente crisis económica no hizo mas que amplificar todos estos desatinos políticos –muchas veces por convencimiento de los más sectarios– pero en mayor medida lo que se ha pretendido es tapar la mala gestión económica de los últimos años, tanto del gobierno central como de muchas de las autonomías.

Y llegamos hasta aqui –40 años después– divididos, recelosos de cualquier palabra de nuestro vecino y siempre alerta para aprovechar cualquier oportunidad para ridiculizar, ofender o humillar a nuestros propios compatriotas.

Europa y el mundo en general no consiguen entender como es que España ha dejado que se apague la antorcha.

 

 

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