Entre la moderación impostada y la incoherencia política
En la política, como en la vida, las máscaras acaban cayendo.
Y pocas figuras en la reciente historia democrática de España han intentado construir una máscara tan elaborada, tan meticulosamente tejida, como Alberto Núñez Feijóo.

Autodefinido como el garante de la moderación, defensor de la sensatez y la centralidad, Feijóo ha tejido en los últimos años una compleja tela de araña discursiva que, lejos de atrapar a sus adversarios, parece haberlo enredado a él mismo.
Hoy, atrapado en su propia red de contradicciones, el líder del Partido Popular se enfrenta no solo a un adversario político fuerte —el PSOE de Pedro Sánchez— sino a su propio relato, desbordado por los hechos, las alianzas incómodas y la erosión de su credibilidad.
El mito de la moderación
Feijóo llegó a la política nacional con una etiqueta bien definida: era el “barón moderado”, el presidente gallego que había sabido mantener al PP en el poder sin necesidad de estridencias ideológicas ni pactos incómodos con la ultraderecha. Su estilo contrastaba con el de Pablo Casado, cuya retórica incendiaria acabó siendo su tumba política.
El relevo de Feijóo fue presentado como un regreso al “sentido común”, al PP de Aznar antes del 11-M, al Rajoy de los silencios calculados y las reformas impopulares envueltas en eufemismos.
Pero esa imagen de moderación, cuidadosamente construida desde Galicia, comenzó a resquebrajarse cuando Feijóo tuvo que descender de la teoría a la práctica en la capital del Reino, demasiado cerca de la órbita de Ayuso.
Gobernar, o aspirar a gobernar, a nivel nacional requiere más que discursos sosegados y fotos con empresarios.
Supone tomar decisiones, elegir aliados, marcar líneas rojas.
Y fue ahí donde comenzó el deslizamiento.
El mito de la moderación no resistió el contacto con la realidad de un parlamento fragmentado y un mapa político donde la extrema derecha ya no es un actor marginal, sino un socio de gobierno en varias autonomías.
Feijóo, que prometía no pactar con Vox, ha tolerado y facilitado gobiernos en coalición con ese remedo de partido en comunidades como Castilla y León, Extremadura o la Comunidad Valenciana.
En cada ocasión, su discurso se volvió más ambiguo, más volátil, hasta el punto de generar una sospecha persistente: ¿es Feijóo un moderado real o solo un conservador pragmático que disfraza su oportunismo bajo una retórica centrista?
El laberinto de la mentira y la desinformación
Uno de los momentos más significativos de esta autotrampa discursiva se produjo durante la campaña de las elecciones generales de 2023, cuando Feijóo aseguró públicamente que había alcanzado un pacto con el PSOE para facilitar su investidura.
La reacción socialista fue inmediata y tajante: no había tal acuerdo. El episodio dejó a Feijóo en una posición embarazosa, forzado a matizar, rectificar y, en última instancia, aceptar que había mentido o exagerado una conversación privada para dar la impresión de que tenía opciones reales de formar gobierno.
Ese incidente marcó un antes y un después.
Feijóo, el político serio y solvente, quedó retratado como un líder capaz de manipular la verdad con fines electorales, lo que minó su principal activo: la credibilidad.
A partir de ahí, su discurso comenzó a sonar más a reacción que a propuesta, más a resistencia que a liderazgo. Sus intervenciones en el Senado, sus comparecencias públicas, sus entrevistas en medios de comunicación han ido perdiendo fuelle, atrapadas entre la necesidad de mantener una imagen institucional y la presión de una derecha mediática que exigía confrontación directa y dureza retórica.
El problema de la identidad política
Feijóo ha intentado construir una identidad política basada en la negación del adversario más que en la afirmación de un proyecto propio.
Su estrategia, centrada en erosionar la figura de Pedro Sánchez mediante acusaciones de traición, cesiones al independentismo o supuestas amenazas al Estado de Derecho, ha fracasado en ofrecer una alternativa clara, coherente y atractiva para una mayoría de españoles.
Este enfoque negativo, que recuerda por momentos al “antizapaterismo” de los años 2000, no ha sido suficiente para articular un proyecto de país.

¿Qué propone exactamente Feijóo en materia territorial, educativa, energética, laboral?
¿Cuál es su visión para España más allá de echar a Sánchez de La Moncloa?
Las respuestas son vagas, cuando no directamente inexistentes.
Y eso, en un contexto de polarización pero también de demanda de soluciones concretas, se convierte en un lastre.
Además, la inconsistencia en sus posiciones públicas ha sido alarmante.
Ha pasado de criticar a Vox a justificar sus pactos con ellos; de defender el acercamiento al nacionalismo moderado a arremeter contra cualquier diálogo con el independentismo catalán.
Esa falta de coherencia lo ha colocado en tierra de nadie: demasiado tibio para los sectores más reaccionarios de su partido y demasiado conservador para el electorado moderado que alguna vez pudo simpatizar con su figura.
La debilidad frente al poder territorial
Uno de los grandes errores estratégicos de Feijóo ha sido subestimar el peso de los barones autonómicos del PP, que operan como auténticos poderes fácticos dentro del partido.
Isabel Díaz Ayuso, en particular, ha desbordado a Feijóo tanto en carisma como en influencia. Mientras él se esfuerza por mantener un tono institucional, ella encarna la oposición sin complejos, la confrontación directa con el Gobierno, el populismo de derechas en estado puro, rozando, cuando no, situándose en el mismo centro de la ultraderecha.
La creciente hegemonía de Ayuso dentro del PP ha dejado a Feijóo en una posición incómoda: no puede enfrentarse abiertamente a ella sin romper el partido, pero tampoco puede ignorar que su liderazgo corre el riesgo de ser fagocitado por una figura que no comparte su estilo ni su estrategia.
Esta tensión interna se traduce en un liderazgo debilitado, incapaz de marcar una línea clara y sostenida.
Un horizonte político incierto
A día de hoy, Feijóo sigue liderando el principal partido de la oposición, pero su margen de maniobra es cada vez más estrecho.
La falta de resultados contundentes en las urnas, la dependencia de Vox en muchas instituciones y la creciente impaciencia de los sectores más ideologizados del PP amenazan con convertirlo en un líder de transición más que en una alternativa real de gobierno.
La figura de Feijóo encarna, en cierto modo, la crisis de identidad de la derecha española. Incapaz de renovarse ideológicamente, atrapada entre el pasado aznarista, el populismo ayusista y la presión de la extrema derecha, la dirección de Feijóo parece más una administración del desgaste que un proyecto de reconstrucción política.
Su discurso de la “España sensata” ha terminado siendo, en la práctica, una cobertura para pactos incómodos, medias verdades y una estrategia de oposición basada en la crispación selectiva.
El precio de la ambigüedad
En última instancia, la historia política de Alberto Núñez Feijóo podría resumirse como la de un hombre que quiso jugar a ser equilibrista sin red.
Su intento de serlo todo para todos —moderado y conservador, institucional y combativo, pactista y beligerante— ha desembocado en una situación paradójica: ha perdido el favor de los votantes centristas sin lograr conquistar del todo a los más radicales.
Imposible servir a Dios y al Diablo al mismo tiempo.
Atrapado en su propia tela de araña, Feijóo parece incapaz de romper el círculo de ambigüedades y contradicciones que él mismo ha tejido.
Y mientras tanto, la política española sigue su curso, cada vez más polarizada, cada vez más necesitada de liderazgos auténticos, claros y comprometidos con una visión de país más allá del corto plazo.
Una visión que, a día de hoy, Feijóo se encuentra muy lejos de ofrecer.